Según se afirma en un estudio reciente de la EIA (Energy information Administration) de los EEUU las reservas técnicamente viables de shale gas a escala global ascenderían a 7.300 millones de pies cúbicos, un 10% superior a la cantidad estimada en el último estudio sobre la materia, del año 2011. Los países que poseen los mayores yacimientos son, por este orden: China, Argentina, Argelia, los EEUU, Canadá y Rusia. Europa en conjunto, sin contar Rusia, ocuparía el séptimo lugar, aunque las posiciones nacionales frente a la controvertida técnica del fracking hacen que nuestro continente no pueda considerarse como un espacio homogéneo a estos efectos. Así, países como Francia y Holanda han decretado una prohibición total de la fracturación hidráulica, mientras que en Alemania las exploraciones se encuentran suspendidas a expensas del dictamen de una comisión de expertos y en Dinamarca (el país europeo en teoría con mayores reservas) la posibilidad de autorizar la explotación de pozos de shale gas se ha diferido hasta conocer el resultado de la prospección que se está llevando a cabo en uno de los principales yacimientos. Los gobiernos de países como el Reino Unido, Polonia o Ucrania, son sin embargo abiertamente favorables, animados seguramente por las expectativas.
En España la 'biodiversidad' autonómica extiende su ley (o sus diecisiete potestades legislativas) sobre este asunto y según parece el gobierno de la nación (uno ya no sabe si estos términos deben escribirse con mayúscula o minúscula en las cuestiones territorializadas) está preparando una modificación de la Ley del Sector de Hidrocarburos de 1998 para amparar al menos las actividades de exploración a través de una norma con naturaleza de legislación básica.
Empieza a dar la sensación de que la humanidad cada vez tiene más energía a su alcance pero más cara, energía que por un lado es más limpia y por otro más más sucia. Difícil discernir lo que aquí puede entenderse como progreso.
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