24 abr 2013

Agua vs. energía, ciencia vs. fe.

Ayer, en el transcurso de la reunión del Comité, se suscitaron dos cuestiones que me hicieron pensar, en modo más filosófico que técnico, sobre la manera en que actúa en ocasiones la razón humana frente a hechos complejos y problemas de difícil solución. La más relevante y tangible es la que se refiere a las vicisitudes del régimen hidráulico del acueducto Tajo-Segura y la controversia que las transferencias de agua suelen generar, especialmente en España pero también en otros lugares. En una sociedad como la actual, cuyo funcionamiento en buena medida se rige por la generalización de los intercambios y la conectividad de las redes de todo tipo, físicas y virtuales, la gestión de cuencas hidrológicas aisladas no deja de parecer comparativamente un atavismo originado en otros tiempos y que mantienen vigente unas poderosas fuerzas inerciales (aunque también haya razones para mantener ese modelo, más allá de las políticas). En cualquier caso no está de más pensar qué consecuencias hubiera tenido para el desarrollo de la energía eléctrica o del gas un planteamiento basado en principios parecidos.

La segunda cuestión es la del cambio climático y la cuantificación de las variables asociadas a ese inquietante fenómeno, en concreto el valor de las emisiones de CO2 que envía a la atmósfera España, o cualquier otro país, cada año. El procedimiento de cálculo forzosamente ha de ser una aproximación plausible al desconocido (por no ser medible) valor real, lo cual supone una simplificación obligada. Lo que parece relevante es que en estas cuestiones, que son muy serias y de las cuales se derivan medidas coercitivas, lo que se da por bueno no es tanto la realidad como el resultado de una convención adoptada de común acuerdo (en este caso modelo y método de cálculo de las emisiones a escala nacional). Seguramente cuando la humanidad pensaba que el mundo era plano y terminaba en Finisterre, a efectos prácticos era como si el mundo fuera plano y terminase en Finisterre. Y debía ser así porque los sabios de aquel tiempo remoto pensaban de esa manera y el resto lo aceptaba como hecho cierto. En buena medida el progreso de la ciencia es indisociable del crédito que la sociedad otorga a los científicos o expertos de cada época, y sin embargo, qué diferencia puede llegar a haber en ocasiones entre una y otra cosa. Sin que ello necesariamente signifique poner en duda el cambio climático o el número de millones de toneladas equivalentes de CO2 de las que uno es corresponsable como españolito.

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